Yo te aplaudo.

¿Y yo qué aplaudo? Porque cuando escribimos, escribimos sobre nosotros, no hay otra cosa que podamos hacer. Escribimos sobre nosotros y sobre los demás. Los demás que nos rodean como una cadena interminable de personas que atraviesan la circunferencia del mundo agarrados de la mano.

Es un ida y vuelta, un círculo y un subibaja. Yo te miro, y me miro, y me reflejo en vos, y vos en mi. Al revés. Pero hay algo mágico que permite que decodifiquemos eso y podamos verlo desde otro lugar, para que podamos elegir a que prestar atención, por ejemplo, a lo hermosas que pueden ser algunas diferencias. O a que alguien es realmente bello cuando ríe, o cuando duerme, incluso si hay que observarlo del revés.

Es difícil saber qué es lo que aplaudimos. Ante qué vamos a reconocer grandeza. Aprender a diferenciar qué cosas aplaudimos porque nos generan algo, de las que aplaudimos porque hay un montón de gente aplaudiendo y haciendo ruido al lado nuestro.

En este último tiempo aprendí que aplaudo a los que se superan. A los que buscan algo sin miedo de chocar miles de veces, porque saben que se trata de una búsqueda difusa. Entendí, por ejemplo, que el año pasado cuando mi hermano terminó el colegio, aplaudí mucho y lloré mucho porque lo admiro, y también porque me da miedo no poder cuidarlo, aunque sé que voy a tener el valor de hacerlo.

Aplaudo a todos los que van en busca de lo que sienten, a los que se animan. A los que me muestran cosas bellas. A los que no necesitan hacerse notar y sin embargo irradian luz. A los que viven la vida con amor, sólo porque sí. Aplaudo las diferencias, porque son de lo que más aprendo aunque recién ahora lo entienda. Aplaudo a los que intentan enfocar para ver un poco mejor de que se trata. A los que regalan afecto sin miedo, a los que decidieron cuales van a ser sus tres o cuatro pilares, o verdades.

En muchas películas, hay un momento profundamente tenso y emotivo: un personaje se anima a hacer algo, controversial o difícil, y todo el público se queda en silencio. Hasta que después de unos segundos incómodos, otro personaje, uno sensible y complejo al que probablemente no hayamos querido mucho hasta entonces, empieza a aplaudir solo, despacio al principio y con fuerza después. Y todos lo siguen. Todos se convencen. Y en ese momento nos emocionamos.

Tal vez en algún punto se trate de reconocer que hay cosas que valen la pena, y animarse a aplaudirlas, aunque sintamos un nudo en la panza mientras tanto. Abrir los ojos y cuidarlas, tomar coraje y perseguirlas también, porque no hay tanto tiempo para aprender. Incluso, si tenemos suerte, podría ser que algún día seamos nosotros los aplaudidos, por un público invisible y escondido, en algún rincón de nuestra mente.

Creado por: Maru (quedaentrenosotros.blogspot.com)

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