Clap, clap, clap. Imagino a una tribu aplaudiendo a cazadores que retornan sanos y salvos con suculentas presas. ¿De dónde vienen los aplausos? ¿Quién los inventó? ¿Quién fue el primer hombre en aplaudir?
Eran las tres y cincuenta y uno de la tarde de un sábado soleado. Gurk, así le decían sus veinte mujeres, estaba sentado en una piedra observando lo que él creía el lugar más bello del mundo. Debemos aclarar que el mundo de Gurk se limitaba a cincuenta kilómetros cuadrados ubicados en algún lugar del norte de África.
Desde su roca, Gurk observaba sus amplios dominios y la vida era buena: hacía cinco años ya que había asesinado a Murk, su padre y antiguo jefe, y tomado el poder de la tribu. Las mujeres lo respetaban y accedían a sus desenfrenados impulsos sexuales, tres de ellas ya llevaban a sus futuros asesinos en el vientre, pero él no lo sabía. Le quedaban aún unos cuántos años para disfrutar la supremacía. Rondaba en ese entonces los veintisiete y hacía apenas tres días había descubierto el amor en su media hermana Girrt mientras tomaba agua del río.
Pero hoy no hablamos del amor, hoy hablamos de los aplausos. Hoy hablamos de esa sombra que se estiró frente a los ojos de Gurk, desplegando un árbol sin hojas, era otoño, la imagen fue hermosa, las ramas recorrían el suelo liso creando un dibujo nítido, perfecto. Gurk observaba encantado, pero no era nada que no hubiese visto antes. De pronto se escuchó un aleteo, giró velozmente la cabeza y vio dos pájaros revoloteando uno contra otro. De inmediato asumió que estaban haciendo lo que él hacía con sus hermanas, medias hermanas, primas y su madre. Sonrió encantado y la excitación se fue apoderando de su cuerpo.
Los pájaros seguían volando de acá para allá y Gurk estaba feliz, sacudía los brazos a carcajadas y reía por primera vez la historia, pero hoy no hablamos de la risa, hoy hablamos de los aplausos. Entonces reía y gritaba loco de alegría mientras las aves se entrelazaban en pleno vuelo, perdiendo plumas a puro graznido.
Eran las tres y cincuenta y uno de la tarde y las sombras estaban tremendas en esa época del año. Un árbol se erguía frente a Gurk imprimiendo su sombra en la tierra y los dos pájaros chocaron de lleno contra el tronco. Una mala maniobra, selección natural, quién sabe, pero esos pájaros cayeron redondos contra el suelo, no sufrieron y no se dañó ningún animal en la realización de este texto.
Gurk saltaba, se retorcía, daba vueltas y mascaba una planta que le había enseñado su padre. Al principio no pudo verlo, pero después se dio cuenta: los pájaros habían caído sobre la sombra del árbol y mágicamente se posaron en sus ramas proyectadas, creando la ilusión de que aún estaban vivos y erectos. El engaño era perfecto y Gurk no pudo soportarlo, empezó a los gritos y antes de darse cuenta estaba chocando una palma contra la otra, sus brazos de cazador impulsaban ambas manos kamikazes hacia un punto medio donde se producía ese alentador sonido de festejo. Clap, clap, clap.
Creado por: Ariel González Dévoli (www.estoyenelmedio.blogspot.com)
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2 comentarios:
Al postear por primera vez debería presentarme, pero no lo haré. Cierto día me canse de tierra firme y decidí que mi vida sería algo así como navegar, con sus impecables y a veces dolorosos vaivenes. Al principio fue algo tortuoso los mareos eran la constante más resonante en mis atolondradas neuronas, pero poco a poco me acostumbré a aquellos indeseables movimientos. Fue entonces cuando recibí el primer aplauso de la tripulación. No voy a mentirle Ariel, pero el aplauso fue muy frío, seco y lejano; similar a un: era lo que tenías que hacer. No lo recibí como una celebración sino como parte de un ritual de aceptación a la vida del basto y casi infinito océano.
Luego de veinte días una furiosa tempestad sacudió la embarcación como si el propio Zeus y su amigo Poseidón quisieran hacerse de un puñado de almas. Pero no lo lograron. Su esfuerzo no fue suficiente como para acallar las ganas de vivir de aquel reluciente “guardamarina”, pese a los furiosos remolinos el marinero logro asirse a la escala, logró llegar a los cabrestantes desamarrar las velas y dejarlas ir. Al bajar el resto de la tripulación se encontraba en cubierta para recibir al pequeño marino en un calido aplauso, lleno cariño y emoción, no era para menos, aquel marinerito les había salvado la vida y ganado la batalla de los prejuicios.
Los aplausos del corazón rompen con los prejuicios.
fotolog.com/patienzo
Allí dejo de ser anónimo.
ahhh pero mirá q divino bruno :o)
te estuve mostrando un poquito.
llueeeeveeee!
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